domingo, 1 de febrero de 2009

Ella tuvo la culpa...

Ella tuvo la culpa, señor jefe. Yo había leído lo que Mahoma decía: “no hay gota en los mares, ni fruto en los árboles, ni planta en la tierra que no tenga en cada semilla un ángel que cuide de ella”. Y le digo la verdad, señor jefe, ¡hacía tanto que esperaba a un ángel…!
Y mi ángel llegó por fin. En forma de mujer. Espigada y joven. Fue como un flechazo. Con sus ensortijados rulos y su sonrisa luminosa y plena. La recuerdo en aquella mañana con su vestido verde y su sombrero blanco, con un ramillete multicolor en el costado. ¡Cómo olvidarme de ella si me sacó del letargo en que estaba sumergido…!
Ya no más desgano, ni más tristeza, señor jefe. Ya no más trajes oscuros, ni rostros ensombrecidos. Yo, que lo único que hacía era ir de mi casa al trabajo, y del trabajo a mi casa, renací, señor jefe.
Le aseguro que me contagió su alegría y me llevó por mágicos e insospechados senderos. Fue como que, por decreto, ella me impusiera: “Florecimiento y Efervescencia”. Ese florecimiento y esa efervescencia que yo, por mis propios medios, no podía conseguir.
Y fue así que, sin poder detenernos ni separarnos, fuimos uno sólo. Tomamos la ruta de los pájaros y nos entremezclamos con florecidas plantas y con reverdecidos árboles.
Pero, señor jefe, dicen siempre que la felicidad no es completa. Una extraña picazón nasal y un lagrimeo constante de mis ojos comenzaron a apoderarse de mí. Ya no fueron posibles las idas a la montaña o al campo.
Me diagnosticaron: alergia. ¡Alergia al polen!
Justo a mí. ¡Tanto que la había esperado!, y tener que alejarme de ella, señor jefe. De ella y de ese maldito polvillo…
Mi casa volvió a ser mi refugio. No pude ya ni salir a la calle, y ni siquiera pude venir a trabajar, señor jefe.

¿Ha escuchado hablar de Perséfone, señor jefe? Bueno. Ella fue la culpable. Sí. Perséfone, ¡la tan esperada y bendita primavera!
Para mí se transformó en la más bella y traicionera estación del año.
Ella tuvo la culpa, señor jefe.
María Rosa-septiembre de 2008-

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