Cual centinela de plata,
la luna,
va contigo en el camino.
Mis calladas palabras
están escritas en sus límites.
Mis largos desvelos,
grabados en su costado oscuro.
Obstinada en el recuerdo,
te custodia y te indaga en el silencio.
Ella sabe el nombre que se ahoga en tu garganta;
y construye una voz
que lo libere.
Cual centinela de plata,
la luna,
va contigo en el camino.
No comprende ni el silencio ni el olvido,
ni la muerte.
Encadenada a tí,
sólo sabe de mágicas entregas.
y sin que tú lo notes,
inclina su faz en una sombra quieta.
Cual centinela de plata,
la luna,
flota sin destino en el camino.
No la ignores.
María Rosa Obispo. 22 de febrero de 2010
sábado, 13 de febrero de 2010
jueves, 11 de febrero de 2010
Diciembre
miércoles, 10 de febrero de 2010
Mi isla
En medio del océano
construiré con mis manos una isla.
Será de arenas blancas,
con pétalos y piedras.
Con árboles enormes
color verde esmeralda.
Con pájaros dorados
y flores amarillas.
En medio del océano
construiré con mis manos una isla
donde habiten imágenes,
donde plasme momentos
y siembre mis adioses.
etéreos...
sombríos...
olvidados...
en medio del océano.
María Rosa Obispo
11 de febrero de 2010
¿Es el tiempo...?
En qué recóndito lugar
de nuestra alma quedan
los jardines, el miedo,
y aquel amor en vano.
Dónde se esconde la luz
de aquellos ojos bonachones.
En qué recóndito lugar
penetran tan despacio
ademanes y rostros perturbados,
pesados pasos que vienen desde lejos,
cuando la muerte llega
y cubre de sombría quietud a las paredes.
Con su lenta insistencia,
es el tiempo tal vez el que se encarga,
de acumular el polvo,
de apagar a las voces,
de secar los jardines.
de hacer mi sombra enorme...
María Rosa Obispo
11 de febreo de 2010
martes, 9 de febrero de 2010
En este punto...
lunes, 8 de febrero de 2010
Rescate
Ahí estabas,
en el umbral de mi tristeza.
Con los ojos ávidos.
Con tu piel surcada de caminos.
Ahí estabas,
con un casto corazón
cargado de sueños y de olvidos.
Estabas ahí,
sin máscaras inútiles,
y con tu cruda verdad sin retaceos.
Ahí estabas,
en el umbral de mi tristeza.
Como un equilibrista habías llegado
por mi tortuoso hilo que,
a punto de cortarse,
te descubre.
Alto y sereno,
en el umbral de mi tarde oscurecida.
Ahí estabas.
Para colmarme de luz.
Para habitarme toda.
Para rescatar mi sonrisa en las heridas.
María Rosa Obispo
8 de febrero de 2010
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