
Ahí estabas,
en el umbral de mi tristeza.
Con los ojos ávidos.
Con tu piel surcada de caminos.
Ahí estabas,
con un casto corazón
cargado de sueños y de olvidos.
Estabas ahí,
sin máscaras inútiles,
y con tu cruda verdad sin retaceos.
Ahí estabas,
en el umbral de mi tristeza.
Como un equilibrista habías llegado
por mi tortuoso hilo que,
a punto de cortarse,
te descubre.
Alto y sereno,
en el umbral de mi tarde oscurecida.
Ahí estabas.
Para colmarme de luz.
Para habitarme toda.
Para rescatar mi sonrisa en las heridas.
María Rosa Obispo
8 de febrero de 2010

No hay comentarios:
Publicar un comentario