
En qué recóndito lugar
de nuestra alma quedan
los jardines, el miedo,
y aquel amor en vano.
Dónde se esconde la luz
de aquellos ojos bonachones.
En qué recóndito lugar
penetran tan despacio
ademanes y rostros perturbados,
pesados pasos que vienen desde lejos,
cuando la muerte llega
y cubre de sombría quietud a las paredes.
Con su lenta insistencia,
es el tiempo tal vez el que se encarga,
de acumular el polvo,
de apagar a las voces,
de secar los jardines.
de hacer mi sombra enorme...
María Rosa Obispo
11 de febreo de 2010

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